Uno de los deportes de estos tiempos fútiles es ir a hacerse el héroe a Israel. Es un deporte cómodo y exitoso, primero porque Israel garantiza el foco mediático, no en vano es el lugar del mundo con más corresponsales por metro cuadrado. Como dijo alguien, en Israel dejas la cámara en el suelo, vas a un café, y, a la vuelta, el reportaje está hecho. Y segundo, porque, a diferencia de otros conflictos, cuyos gobiernos chapotean en la feliz impunidad de las dictaduras, Israel es una democracia. Por supuesto, puede cometer y comete atropellos e irregularidades. Pero tanto como cualquier otro país, en situación de conflicto grave. Y cuando ello ocurre, los propios mecanismos de control democrático hacen su trabajo. El caso de esta militante catalana, que pasea su felicidad de héroe de bolsillo por las fotos de los periódicos, es paradigmático. Se va a un país en conflicto desde hace 60 años, donde existen, aparte de una amenaza nuclear contra su población, múltiples organizaciones que han perpetrado todo tipo de atrocidades terroristas, y hasta un ejército poderoso en el sur de Líbano –profusamente financiado–, que tiene como único objetivo destruirle. Todo ello amenizado con la amenaza fundamentalista islámica. A este paraíso de la tranquilidad, algunos deciden ir a tocar un poco más las narices, no fuera caso que Israel lo tuviera demasiado fácil. Y encima, para ahondar en tan heroica hazaña, se permiten caducar su visado, no en vano es muy normal incumplir las leyes del país que uno visita. Todo bonito, todo fotografiado y todo con aires de resistencia kumbayá. Si, además, aparecen soldados malísimos y los detienen, se cierra el círculo de su aventura adolescente, felices de haber cumplido con su arriesgada lucha.
¿Arriesgada? ¿Arriesgado ir a montar huelgas de hambre o pequeños alardes de resistencia a un país que goza de libertades? ¿Por qué no son héroes de verdad? Puestos a decorar su currículum con batallitas, ¿por qué no se lo toman en serio? Veamos. Podrían plantarse ante Hamas y manifestarse en contra de las ratzias que hacen de militantes palestinos opositores. Sólo llevan unos centenares de muertos. O podrían montar su chiringuito de protesta a favor de las mujeres oprimidas del islam. O ir a Teherán, donde hay bonitas manifestaciones por la libertad. Claro que condenan a muerte a los estudiantes, lo cual no es tan divertido. También podrían aventurarse por las calles de Arabia Saudí, en minifalda y reclamando el derecho femenino a existir. O pasearse por Sudán, donde su pequeño dictador lleva centenares de miles de muertos. O ponerse delante de una lapidación, a ver si la paran. O en una escuela israelí, donde ha caído el último misil. Pero todo esto sería serio, y no están por la labor del martirio. No olvidemos que lo suyo no es una lucha de resistencia. Lo suyo es un happening.